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A diario

En tu casa vivo yo,
y mi Espíritu Santo.
Mis ángeles la protegen
y si tú sonríes, la llenarás de felicidad.
Si amas a David, la llenarás de amor.
Si sirves a tus invitados, la llenarás de personas.
En tu casa estoy yo,
Jesús.

Cuando te levantas por la mañana
te miro y sonrío.
Cuando comes al mediodía
estoy a tu lado.
Cuando llegas cansada por la noche,
aun te estoy amando.
Y durante tus sueños
no me largo,
continúo en tu casa,
vigilando.
Y de nuevo por la mañana
te sigo mimando,
proveyéndote comida
y todo lo necesario.

Estefany, no olvides nunca
que estoy en tu casa a diario.
Pero cuando sales de ella,
también te acompaño.

Ahora mismo
en la biblioteca
estoy a tu lado.
Leyendo cada palabra escrita
que yo mismo te voy
susurrando.

Te amo, mi hija,
te amo a diario.


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Tú y yo

Te entrego mi corazón porque no quiero que el pecado lo diseque. Te entrego mis ojos, porque la imagen es desesperanzadora y vanagloriosa. Te entrego mi mente, porque los pensamientos podridos entristecen el alma. Te entrego mi vida en sacrificio vivo. Y no con facilidad. En tus manos no hay peligro que me pueda dañar, ni persona a la que envidiar. En tus manos estoy completa. No necesito nada a parte de ti. Nadie puede tocarme, porque Tú me proteges. No me compararé con nadie, porque Tú me amas de principio a fin. Desde los deformes dedos de los pies, hasta las decoloradas puntas del cabello. En ti estoy Dios y no quiero moverme de aquí, no quiero parar de escribir porque no quiero abandonar tu presencia.

Eres el que me rescata cada día de mi pecado. De mi ego. Eres el que me levanta del suelo para enseñarme a caminar. Una y otra vez, como si yo jamás hubiera aprendido. Eres el que levanta mi cabeza y me empapa la cara de bendiciones. Eres el más grande del mundo y aun no conozco ni un milímetro de tu longitud. Eres el Padre de Jesús. Mi amado Jesús. El que nos ha regalado al Espíritu Santo. Eres lo contrario a la religión. Eres Señor, mi Papá. Tú me creaste. Me hiciste tuya y te pertenezco.

El vínculo que nos une es precioso e impenetrable. Nuestra relación, lo que hay entre tú y yo es eterno. Estoy deseando conocerte. Acercarme a ti Jesús y si mi indignidad me lo permite, abrazarte. Y que nadie nos mire. Abrazarte no Señor, adorarte. Yo sola, sin que nadie me vea, por que esto se trata de ti y de mí. Tú y yo. Yo y Tú. A tus pies y nada más necesito. Solamente olerte o tenerte cerca. Solamente sentir tu presencia física y tu amor tan directo de forma individual. Tú y yo. No me cansaría de vivir llena de gozo. No puedo llegar a imaginarlo. Quizá las calles de oro son lo que menos importa. Tú hablándome de tu sabiduría. Tú. Amándome tan fuerte como siempre y más cierto que nunca. Mis emociones ya no tambalearán. Mi sonrisa jamás entristecerá. Mis pensamientos no oscurecerán a mi alma. La imagen será brillante y esperanzadora, las relaciones transparentes y limpias.

Aprendemos que la vida tiene toda clase de límites y luego llegas Tú, incomprensible, ilimitado. Señor me tienes totalmente enamorada. Siento en mi pecho que te amo con el corazón. También mi mente y voluntad, te aman.


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Bienvenida Navidad

La ciudad le esperaba,
las profecías años atrás ya avisaban.
Aún acurrucado en el vientre de su madre
parece que despertaba.

Desesperados por cobijarse
a Belén con prisa caminaban.
Aunque desde antes de nacer,
al Rey, ya las puertas se le cerraban,
muchos otros, con impaciencia
su nacimiento anhelaban.

Se acerca el momento de su llegada
se acerca la hora de la verdad,
¿cerrarás tus puertas al Salvador del mundo?
¿O abrirás ventanas, terrazas y
todo lo demás?

Si no estás preparado,
no esperes más,
se acerca el Rey de Reyes
y a tu puerta llamará.

Esta Navidad, Jesús es la estrella
que con fuerza brillará.


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Encuentro

A veces me doy cuenta de que he perdido el aliento, de que no estoy respirando. Aún así no soy consciente de que me estoy ahogando… qué raro no? No, no es raro, porque en ocasiones nos ahogamos poquito a poco, lentamente, de forma que hasta puede parecer algo dulce.

Pero, me falta algo, y esta carencia impide que el oxígeno pase de mi nariz hasta mis pulmones. No sé qué es! O quizá no quiero saberlo, porque aunque me cueste respirar, tampoco lo estoy pasando tan mal. Puedo aguantar así más tiempo. Creo.

Me está dejando débil y confusa. Tengo tantas cosas que hacer que no hay tiempo para quitarme esto del cuello.

Uff… pesa, molesta, me enfado, lo pago con él por estar cerca y le echo la culpa de todo. Caigo y no me puedo levantar. Hago mi vida desde ahí, el suelo, aunque nadie puede ver lo mal que estoy porque siempre llevo mi disfraz. Salgo de casa como si todo fuera y estuviera perfecto.

Ya no puedo levantarme. El oxígeno no llega a la sangre, la sangre no llega al corazón. Sigo caminando, cocinando, estudiando, riendo, limpiando, quedando; pero esa no soy yo! Es mi disfraz.

Ahora no puedo ver, ni tampoco oír. Esto que tengo en el cuello no me deja respirar. No sé qué esta pasando ahí fuera. No tengo fuerzas para ponerme el disfraz. No puedo moverme. Me he quedado sin aire.

De repente, alguien me quitó eso que me mataba (pude ver que aquéllo era una gruesa cadena de hierro, lo que me resultó extraño, ya que cuando me la regalaron era una gargantilla de oro blanco). De un golpe, recobré el aliento, como si un huracán de aire hubiera en mi interior.

Con la visión todavía oscura, mis oídos escuchaban una melodía. Parecía una canción de amor, como la que una madre cantaría a un hijo recién nacido. Entonces sentí en mis brazos, manos, cabeza, piernas y todo mi cuerpo… amor. Me había dado cuenta de que la canción era para mí! No entendía la letra, ni podía distinguir el sonido de ningún instrumento. Sólo sabía que era para mí, pero no entendía por qué.

Quise abrir los ojos, para ver quién  era. Al principio sólo veía claridad, hasta que me incorporé y… lo vi. Débil por el poder de su presencia, entendí todo. Yo sola me puse aquélla cadena, y con ayuda del mundo, de vez en cuando me la apretaba. Fui llorando a rastras hasta sus pies y se los besaba. No podía parar de llorar hasta que se agachó, levantó mi rostro de sus pies y me ayudó a incorporarme. Volvió a sonar la melodía. Ahora si la entendía! Decía:

‘Mi preciosa hija,
te amo.

Hija mía
ahora eres limpia,
ámame.’

Mientras me cantaba, quedé paralizada en sus ojos. Su mirada fija en mí, me hacía sentirme felizmente desnuda. No había secretos para él. Yo también podía ver sus sentimientos: deseaba que me quedara con él y que le amara tanto como él me estaba amando.

En un instante, salí de su mirada y ví que estaba brillando. El brillo no era como el de una piedra preciosa, si no como el de una estrella. Sí, brillaba tanto como el sol. Y sentí el calor que desprendía, era diferente del que yo hasta entonces conocía. Abrasaba mi piel, pero no me dolía. Me hacía sentir bien. Sin pensar nada más, me lancé a sus brazos.

Abrí los ojos. Respiré hondo. Me levanté de la cama, y adoré a mi rescatador: Jesús.